Memoria o la sensibilidad de la rutina                                           Por Joel M. Cruz

Apichatpong Weerasethakul, Memoria. 2021; Festival de Cannes.    

"…discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso." 

Jorge Luis Borges, «Funes el memorioso» Ficciones, 1944

Apichatpong Weerasethakul, el autor de esta cinta colombo-tailandesa —un ensayo audiovisual, un poema—, vive obsesionado con la naturaleza y el desarrollo que ésta comprende en la vida moderna. El autor tiene como encomienda intrínseca expresar la confrontación del mundo natural frente al mundo artificial, vista desde nuestra modernidad.

En Memoria, miramos a Jessica (Tilda Swinton) sujeta a una nueva condición de extranjera, una mujer británica en Colombia debido a un asunto familiar. Jessica ha comenzado a escuchar un sonido inextricable en su cabeza al que llega a describir como “una bola de concreto que cae en un fondo de metal rodeado de agua salina”. Lo siguiente que veremos a lo largo de este viaje íntimo se nutre tanto de parsimonia y detenimiento como de delirio y belleza: un poema perfecto.

Memoria, del autor tailandés, guarda una relación cercana con el cuento de Borges, Funes el memorioso, de su libro Ficciones: un chico de diecinueve años que tiene la capacidad extraordinaria de recordar todo y de no poder olvidar cada cosa que le sucede. En el cuento del autor argentino tenemos a la memoria como parámetro central, y también al tiempo y, proporcionalmente, a la angustia.

En su visita a Colombia, Jessica conoce a personas entrañables que sin esperarlo favorecen a su introspección personal, intercambian posturas de la vida y platican sobre sus visiones del alma, del arte, del amor, todo sin poder desprenderse de la rutina, algo a lo que Funes tampoco puede renunciar.

En su tiempo libre, Jessica visita a un productor musical y le plantea recrear el sonido que ha estado escuchando en su cabeza recientemente; esto es algo que complementa la narrativa singular del filme. La sonoridad y la insonoridad son una distinción importante para seguir la trama de la película, sin estos elementos, el efecto de templanza y parsimonia quedaría desvanecido, pues se convierten en una bandera que los personajes blanden al interactuar con el espacio, con el tiempo y consigo mismos. Esa in/sonoridad se presenta en las imágenes de larga duración sin corte, en los parajes angulares llenos de color verde, en las ensoñaciones y en cada atmósfera de cada secuencia.

Si uno sigue de cerca la filmografía del autor, notará que las realidades en ella están sedimentadas por cuerpos que en apariencia son disímiles, pero que al aproximarse se entienden y se asimilan, como si de la absorción de nutrientes de un sistema estuviéramos hablando. Dicha configuración —de narrativa homogénea— se disgrega y se separa, haciendo que los componentes se vuelvan más fáciles de contemplar por separado.

Esto es posible gracias a la impecable narrativa con la que el autor ha dotado de significado a las imágenes: los factores artificiales y artificiosos (máquinas, inteligencia artificial) llegan a compartir similitudes con la cotidianidad y sus mecanismos físicos; los encuentros, la fuerza, el sonido, la música, la estética onírica, la invasión de lo artificial a lo natural y todos los sentidos humanos en plena conexión, dan como resultado una fusión hipersensorial infinita: el detenimiento del tiempo y el misterio de la memoria se ven disueltos en el espacio.

Memoria es una película para apreciar, con muchos modos de ver y con tanto que señalar; el guión, por ejemplo, es parte del juego audiovisual que convierte a la película en una experiencia de inercia y de sosiego, y que al encontrarse como un choque eléctrico generan armonía y sensibilidad, recuerdos y conciencia de aquellas cosas que hemos olvidado que hacemos cuando las hacemos.

Un sonido inescrutable que bordea tu cabeza —indicio quizá de alguna enfermedad en el oído o del cerebro—, las charlas de mediodía, las cenas de medianoche, las ruinas arqueológicas, el pasado histórico, un pescador que se duerme hipnotizado por la memoria de su infancia, y, al despertar, una persecución política, tiroteos y finalmente el silencio; un OVNI despega peinando la sierra de Colombia, aunque nadie lo ve.

Memoria aprehende instantes simbólicos que se expanden entre las formas del tiempo hasta hacerse infinitos. Cada secuencia es una evocación, plenitud de luces y espejos, un lugar donde la memoria existe porque es olvido.


Ilustración tomada de cineasiaonline.com

Jesús Joel Miguel Cruz

Ingeniero Industrial. Es miembro del Ateneo Nacional de la Juventud.