¿Quién le hacía la cena a Adam Smith? Una historia de las mujeres y la economía | Reseña del libro de Katrine Marçal


Nidia Andrade Cárdenas

A simple vista, el mundo de la economía parece muy complejo de entender, al menos para quienes no están familiarizados con él. Seguramente has escuchado hablar de grandes economistas como Adam Smith, Milton Friedman, John Maynard Keynes, por mencionar pocos. Todos ellos, ilustres hombres a quienes sin duda el mundo les debe mucho por sus aportes a la teoría económica. A fin de cuentas, son los economistas quiénes pueden explicar a los simples mortales por qué los precios de las cosas cambian o las implicaciones de que la bolsa de valores cierre en números rojos.

El mayor rasgo de esta obra es que Katrine Marçal logra explicar temas aparentemente complejos y ajenos a nuestra cotidianidad de una manera brillantemente sencilla. Y lo hace evidenciado desde el inicio la principal debilidad de la economía, su punto ciego: el hombre económico. Posteriormente, muestra las implicaciones de ver el mundo a través de sus ojos, y de definir a partir de éste los roles que corresponden a hombres y mujeres en la sociedad. Finalmente, nos enseña lo lejos que llegó este personaje, al inmiscuirse en prácticamente todos los espacios sociales y políticos sin que nadie pusiera en duda su racionalidad, invitándonos a cuestionar cómo deshacernos de él, si lo que se busca es vivir en un mundo más justo.

Retrocediendo un poco en la historia, Marçal recuerda cómo el método científico de Newton transformó el conocimiento, el cual partía de la división del todo en pedazos más pequeños: “Si quieres entender algo, desmóntalo. Si todavía sigues sin entenderlo, divide de nuevo las piezas en trozos aún más pequeños. Y así hasta llegar a la mínima parte en que se pueda dividir la totalidad”1. Algunos años después, los economistas retomaron este principio para tratar de entender a la sociedad a partir de su unidad mínima: el individuo.

Para simplificar un poco las cosas, debían elegir un modelo de individuo que se asemejara a la realidad. Le llamaron el hombre económico, pues era aquel individuo “racional, que se guía por el sentido común y actúa para obtener placer o evitar el dolor”.2 Dieron por hecho que estas eran características que compartían todas las personas, por lo que a partir de él podían teorizar acerca del trabajo, la producción, los salarios, la oferta, la demanda; y años adelante, sobre todo fenómeno social que pueda existir, incluyendo la sexualidad y los celos de pareja.

¿Cuál es el gran problema del hombre económico? Que no es una mujer. Y los hombres no son el parámetro del universo, porque únicamente son la mitad de él. Los grandes teóricos omitieron este pequeño detalle, pero ¿por qué? A lo largo del texto, la autora explica que al definir la naturaleza del hombre a partir de la racionalidad, necesariamente las mujeres tenían que ser lo contrario a eso. Es decir, un ser de cuerpo y sentimientos, no de racionalidad y cálculo.

Una de las consecuencias de esta pequeña omisión fue que el mundo de la economía se definió a partir de las actividades que realizaban los hombres, ya que éstas sí eran productivas y generaban riqueza; mientras que las actividades de las mujeres (principalmente el trabajo doméstico), sencillamente, no eran consideradas un trabajo real. Más bien, eran resultado de su natural sensibilidad y amor incondicional por los demás. Por esta razón, cuando Adam Smith escribió la Riqueza de las Naciones, no consideró necesario mencionar que su obra fue posible gracias a que su madre le hacía la cena todos los días. Para que un hombre se dedicara tiempo completo a producir riqueza o a investigar y escribir sus teorías sobre el mundo, era necesario el trabajo de las mujeres a su alrededor: madres, esposas y cuidadoras, para que se encargaran de todo lo demás.

A estas alturas del libro, la autora ya nos ha invitado a cuestionar diversos puntos: ¿por qué tardamos tanto tiempo en ver esto? ¿Tantos siglos y ninguno de los ilustres economistas vio el error? ¿De dónde viene el particular interés por construir una sociedad con una división del trabajo tan ineficiente, en la que una persona invierte todo su tiempo en el trabajo doméstico mientras la otra pasa todo el día fuera de casa para ganar un salario?3 Nadie sostendría actualmente que la biología determina dichos roles, ¿o sí?

Para encontrar las posibles respuestas, Marçal también advierte que la economía no está exenta de ideología, ya que ésta fue capaz de convencernos de que sus axiomas eran inamovibles por estar expresados matemáticamente. Asimismo, advierte sobre la construcción de un proyecto político de mayor alcance, en donde el hombre económico se inmiscuye en todo espacio. Como consecuencia, el mercado ha dejado de ser un lugar delimitado, lo cual se evidencia en su lenguaje incrustado en nuestras acciones cotidianas: debes “venderte” a ti mismx para conseguir un buen empleo; debes “invertir” en tu futuro porque nadie más lo hará; o crear un “juego de incentivos” con tu pareja para que consigas lo que quieras, aunque debas convencerle y negociar para ganar.

Esta hiper-mercantilización fue posible, explica la autora, gracias a que la definición del hombre económico se llevó a otro nivel, en el que ya no solo es un ser racional que busca su interés personal, sino que para lograrlo tiene que competir (más que colaborar) constantemente con los demás. Tal concepción fue impulsada por un proyecto político noeliberal, el cual sostiene que los gobiernos y las instituciones deben limitarse a salvaguardar las condiciones para que los individuos compitan entre sí y mantenerse al margen de todo lo demás; ya que la prosperidad deriva lógicamente de la libertad que el hombre económico tiene para competir y hacer negocios con todo aquello que pueda ser un negocio.

El libro, publicado originalmente en 2012, ya ejemplifica algunas de las consecuencias de llevar más lejos al hombre económico: el desarrollo de un capitalismo financiero, el cual se asemeja mucho a un casino (un poco tramposo) en donde unos cuantos hombres millonarios apuestan sobre el éxito o fracaso de sus propias empresas o productos, afectando desde los índices de empleo hasta los recursos de una región y, finalmente, la vida de las personas que sufren recortes presupuestales de sus gobiernos o una seguridad social que cada vez les protege menos. Al final, es la clase trabajadora quien paga los errores de los eficientes y racionales mercados.

A casi 10 años de su publicación, esta realidad es más vigente que nunca, en el contexto de la pandemia por COVID-19. Al inicio, se decía que lo más racional sería garantizar el acceso universal a la vacuna una vez que ésta llegara. Cuando por fin sucedió, la vacuna fue acaparada por los países que tenían recursos para pagarla, dejando sin acceso a millones de personas fuera de Europa o Norteamérica. Aunado a ello, se privilegia el derecho de las farmacéuticas sobre las patentes sobre el derecho de la población a acceder a una vacuna. Nos recuerdan una vez más que lo que importa es la correcta competencia de los mercados, aunque esto cueste vidas humanas.

Para cerrar, vale la pena reflexionar sobre cómo la economía valora el trabajo doméstico y de cuidados que hacen a diario millones de personas (en su mayoría mujeres); y si estamos transitando hacia un modelo que reconozca dicho trabajo, o por el contrario, seguiremos engañándonos replicando una ideología basada en una supuesta naturaleza humana egoísta y competitiva, que en el fondo solo beneficia a los mercados.


Si de verdad hubiéramos querido preservar el amor y el cuidado de los demás en nuestras sociedades [...] tendríamos que haber organizado la economía en torno a lo que era importante para la gente. Sin embargo, hicimos lo contrario. Lo que hicimos fue redefinir a las personas para que se ajustaran a nuestra idea de la economía.4


Ilustración: Dalia

Referencias:

1 Entiéndase como «virtud aristotélica» la virtud de un objeto que tiene que ver con su naturaleza y aparece cuando la finalidad que está determinada por dicha naturaleza se cumple en el objeto en cuestión. P.e. el buen cuchillo que corta.

2 Solón visitó al tirano Polícrates, quien estaba saciado de poder y riqueza: su felicidad. Solón le dijo que «nadie es feliz antes de su muerte» e hizo que el tirano sacrificara algo muy importante, su anillo más hermoso. Recuperando el anillo, conquistan las tierras de Polícrates, lamentándose y dándole la razón a Solón.


Acerca del autor

Nidia Andrade Cárdenas

Egresada de la licenciatura en Ciencias Políticas y Administración Pública con interés en temas legislativos. Actualmente es responsable del monitoreo al Senado de la República en una firma de asuntos públicos. Fue asistente editorial en la revista Estudios en Derecho a la Información en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Como feminista independiente participó en diversas acciones dentro de la red Manada Periferia, con el objetivo de descentralizar el movimiento feminista y unir esfuerzos entre mujeres del Estado de México.


Referencias:

1 Katrine Marçal, ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith? Una historia de las mujeres y la economía. (Debate: 2016), 17.

2 Ibid., p. 28

3 Ibid., p. 41.

4 Ibid., p. 125.