Para leerse en octubre: Las Brujas, de Roald Dahl


Pau Treviño

Estoy segura de que conoces el imaginario de Roald Dahl. Tal vez te ocurrió como a mí, que consumí durante años las adaptaciones cinematográficas de sus historias sin advertir que habían sido concebidas por una misma persona: James y el melocotón gigante, Matilda, El fantástico señor zorro… seguro que ahora te suena de algo, ¿no?

El instante del chispazo, aquél que despertó mi curiosidad por dicho autor, tuvo lugar en Julio de 2005, cuando llegó a México la adaptación al cine de Charlie y la fábrica de chocolate. Recuerdo con claridad las reveladoras letras anunciando: Basada en la obra de Roald Dahl. Más allá de lo que pueda decirse respecto a la estética o el guión, que no me importaban gran cosa a los siete años, quedé cautivada ante las ideas expuestas: la bondad de Charlie, la capacidad para soñar del abuelo Joe…

Sentada en aquella butaca, nació el impulso de investigar sobre aquél tipo de magia que me era presentada a lo grande, y si estaba basada en un libro pensé que bien valdría la pena leerlo. Cual billete dorado, la película se convirtió en mi boleto al imaginario del reconocido escritor. Comprendí la importancia de conocer el origen de las historias que nos apasionan, importando poco el formato en que se nos presenten en un inicio.

Esa múltiple relación artística: literatura-Dahl-cine, se repite en la actualidad, pues precisamente este mes se estrenará una nueva adaptación de Las Brujas, ahora dirigida por Robert Zemeckis y producida por Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro, Jack Rapke y el mismo director. Aunque en esta ocasión no habrá una fila interminable en la dulcería del cine más cercano, estoy segura de que podremos disfrutarlo.

Anhelo que te suceda como a mí: que las emociones no concluyan en la sala de cine o en la sala de tu casa, ya que muchos disfrutaremos el estreno en HBO, sino que sean sólo la chispa que encienda tu curiosidad, para que termines adentrándote en el mundo literario, tan asombroso o quizá mucho más, del producido por los efectos de Hollywood. Tal contexto es el que me motiva a reseñar el libro ideal para este otoño, una obra que describe a detalle cómo reconocer a esas engañosas criaturas en apariencia tan normales, tan discretas, pero tan difíciles de atrapar: Las Brujas.

Nuestro protagonista, un pequeño de siete años que ha perdido a sus padres, es enviado a vivir con su abuela noruega. Ella le pide escuchar con cuidado, nunca olvidarse de las advertencias en cuanto a las BRUJAS DE VERDAD, esas que odian a los niños con un odio candente e hirviente, más hirviente y más candente que ningún odio imaginado. BRUJAS DE VERDAD, que pasan todo el tiempo tramando planes para eliminar a los niños de su territorio.

Sin embargo, ambos se verán envueltos en una situación ante la cual resulta imposible idear escapatoria: el nieto, cuyo nombre no es mencionado en la historia, comete el error de escabullirse en el Salón del congreso anual de la real sociedad para la prevención de la crueldad de los niños, descubriendo demasiado tarde que en realidad se trata del congreso anual de brujas, en el cual se ha expuesto un intrincado plan que pondrá en peligro a todos los niños de Inglaterra, ¿qué podrá hacerse con tal información?

Si piensas que por tratarse de un relato infantil obtendremos un final amable, estás en un error. Ese es uno de los motivos por los cuales disfruto y recomiendo tanto las obras de Roald Dahl, pues es la clase de cuentista que presenta la realidad cruda, donde los actos de bondad pueden ser o no recompensados. Quiero decir, no subestima a los jóvenes lectores.

Es verdad, la primera vez que leí los últimos capítulos de Las Brujas no pude evitar soltar algunas lágrimas. “Es injusto”, pensé. El protagonista pierde algo valioso, y aunque en ningún momento de la lectura ese hecho es presentado como una auténtica tragedia, me pareció una conmovedora manera de explicarle a la infancia “tienes razón, no es justo. Pero así es la vida la mayor parte del tiempo”.

Tratándose del primer relato infantil de final amargo que llegó a mis manos, lo experimenté como un golpe duro. Un golpe que después me ayudó a reflexionar que los niños necesitábamos justo eso: ideales dosis de honestidad que nos hicieran reír, enojar, soltar alguna lágrima y también pensar “está bien, puedo aceptar un final así”.

Enseguida te muestro un trocito de la historia, apenas lo suficiente para enfatizar mi punto, para despertar tu genuina curiosidad:

Mi abuela se agarró al brazo de su butaca para mantener el equilibrio, pero sus ojos no se apartaron de mí.

—Siéntante abuelita —dije.

—Oh, vida mía —murmuró, y ahora las lágrimas corrían por su cara como ríos—. Mi pobrecito niño, ¿Qué te han hecho?

—Sé lo que me han hecho, abuela, y sé lo que soy ahora; pero lo gracioso es que, sinceramente, no me importa demasiado. Ni siquiera estoy enfadado. En realidad, me siento bastante bien (…)

Situaciones agridulces son afrontadas por los personajes de Roald Dahl, enseñándonos que podemos aceptar con entereza las situaciones desagradables de nuestra vida: reconocer que algo carece de arreglo, para enfocarnos en aquellas cosas o situaciones que por otro lado si podemos reparar.

Los protagonistas brindan valentía, adaptándose con agilidad a sus nuevas circunstancias. La relación entre ellos, nieto y abuela, retrata la clase de vínculo que adquieren los pequeños al saberse valorados, respetados y tomados en cuenta por la familia. De allí que el niño pueda declarar con seguridad: ¡No importa quién sea o qué aspecto tenga, mientras alguien me quiera!

Otro detalle que no puede dejar de mencionarse es el estilo de escritura. Tan cautivante resulta la narrativa en primera persona que la experiencia simula, sobre todo cuando se lee en voz alta, el escuchar las palabras genuinas de una amistad cercana. Puedes ponerlo a prueba, garantizado que después de algunos capítulos tendrás en mente un par de lectores a quienes también les encantaría.

Espero de corazón que esta breve reseña sirva de billete dorado, brindándole a los lectores la oportunidad de conocer el imaginario de Roald Dahl: un cuentista genuino que observó con ojos brillantes el mundo que le rodeaba, descubriendo los secretos más grandes, escondidos en los sitios más insospechados. Creyendo en la magia, consiguió encontrarla, y para fortuna de muchos, la ha plasmado en cada uno de sus relatos.


Ilustración: Heriberto González (Coctecón)