Cuando muere un corazón


Juan Manuel Arriaga Benítez

Obra ganadora del premio “Mi primer libro”, llevado a cabo por el Instituto Estatal de la Juventud, Nuevo León, México.

Roxana Galindo (2019)

Al iniciar el libro, Santiago y Viviana son dos desconocidos que sufren al mismo tiempo los embates de una ruptura amorosa. Al final del libro, se han convertido en los mejores amigos, pero es en medio donde se encuentra el verdadero valor de esta interesante historia: ahí se encuentran todos los procesos de transformación por los que las vidas de los protagonistas atraviesan y que fungen como un espejo en el que cada uno de los lectores puede ver reflejada una parte de su propia vida. Una serie de experiencias, algunas afortunadas y otras desventuradas, conducen la trama, una trama que no se cansa de repetirnos cómo la amistad es un lazo mucho más poderoso que el amor de pareja.

Al leer Cuando un corazón muere, el lector advierte dos grandes virtudes que son como dos grandes faros que iluminan la azarosa existencia de las vidas tanto de Santiago como de Viviana, aunque bien podrían guiar la vida de cualquier persona: la primera, su narrativa profundamente entrañable que se desenvuelve con un estilo sencillo y de tonos melancólicos, un estilo que no se guarda casi nada al exponer tanto los pormenores que acontecen en el exterior como los sentimientos que afloran en el alma de sus personajes, pues incluso aquellos que ocupan un lugar secundario en la obra son descritos por la autora con especial énfasis, creando así una red emocional que permite no sólo distinguir las personalidades de cada uno, sino también rastrear las influencias que cada uno de ellos causa en los demás. ¿No es así la vida misma? ¿No son así las relaciones que forjamos con las personas que se atraviesan en nuestras vidas? ¿No nos acontece por igual a hombres y mujeres esa suerte de procesos emocionales casi obligatorios para descubrirnos a nosotros mismos?

La segunda de esas grandes virtudes y, a mi juicio, la más notoria aportación que hace su autora dentro de la narrativa contemporánea es su estructura: son dos los focos narrativos que abocan al lector en la formación de esta historia, pues por una parte Santiago y por la otra Viviana narran en capítulos alternados en primera persona las experiencias que les acontecen, dejando al lector con dos puntos de vista sobre los acontecimientos. Ambas perspectivas son complementarias y se entrelazan armónicamente a lo largo del libro; sus respectivas historias no se contradicen, dejan fluir la novela de una manera sutil, como si los lectores estuviéramos habitando al mismo tiempo dos cuerpos, uno femenino y otro masculino, y desde ambos frentes narrativos se consideraran y juzgaran las varias maneras de sobrellevar un rompimiento amoroso.

Este estilo de narrar me recuerda a la película japonesa Your name de Makoto Sninkai (2016), cuya historia se presenta con gran maestría narrativa al poner precisamente en dos focos narrativos complementarios la conjunción de dos almas destinadas a enamorarse, lo que le da al producto final una sensación de complementariedad y delega hacia dos perspectivas una misma trama.

Sin embargo, como afirma la misma Roxana Galindo, “ésta no es una historia de amor” y llega incluso a plantearse “la teoría de que no existe el amor”. El amor en esta novela es el marchito reflejo de una doble llama que está a punto de extinguirse y que se extinguirá inevitablemente a pesar de los esfuerzos y esperanzas de sus protagonistas. Y es que, por desgracia, las relaciones amorosas no se alimentan con esperanza, esa llama no crece únicamente con buenos deseos y proyectos a futuro, sino con acciones sólidas y mutuos acuerdos, tal como lo descifran los protagonistas poco a poco gracias a la continua posición que ocupan sus personajes en el entramado de sentimientos y desventuras por las que atraviesan, como si el destino obrara para demostrarles que lo único que vale es el amor que uno se tiene a sí mismo.

A decir verdad, parece que es justamente éste el verdadero mensaje que nos intenta transmitir su autora, pues sus continuos esfuerzos por hacer crecer a los personajes emocionalmente la llevaron a ponerlos en situaciones que representaran un desafío a sus propósitos personales; de todo ello se deduce lo siguiente: hay que alimentar siempre el amor propio, porque el amor que los demás nos profesan o que les profesamos está condicionado por circunstancias que muchas veces terminan por extinguirlo.

Viviana y Santiago aprenderán por la mala que aferrarse a un amor perdido o intentar a ultranza recuperar de la indiferencia a sus parejas es una tarea que daña, que lastima y que desvía a las personas de sus verdaderos objetivos. Chío, otro de los grandes personajes de la novela y, a mi entender, la representación más acabada de la alegría pura, pues todo el tiempo se muestra contenta, inquieta y llena de sabiduría emocional, simboliza aquella felicidad que tenemos frente a nosotros, pero que no muchas veces vemos, porque las sombras del corazón nos ciegan y nos impiden apreciar el verdadero valor de la existencia.

Además, hay en la trama de Cuando muere un corazón un conjunto de vicisitudes que le dan al hilo narrativo su característico acento azaroso, pues pueden provocar reacciones tanto positivas o negativas en los personajes y eso es valioso en la medida en que el lector mismo realice una introspección hacia sus propios prejuicios e imperativos morales no sólo para preguntarse cómo las circunstancias que se viven moldean el carácter, sino también para descubrir la forma en que se deben tomar decisiones maduras basadas en las experiencias propias y en las ajenas. “No existe nada bueno ni malo, es el pensamiento humano el que lo hace aparecer así.”, expresa Shakespeare en Hamlet (acto II, escena 2).

Se echa de menos, eso sí, una descripción más puntual de los personajes; a mi juicio, aparecen un poco desdibujados, como si no tuvieran un rostro definido, una complexión, una estatura o señas particulares que permitan al lector imaginarlos. Quienes disfrutamos las descripciones puntuales de los personajes que leemos, quizá nos parezca poco sustantiva la calidad visual que el relato ofrece con respecto a la imagen que debe hacerse el lector de los personajes; no obstante, pareciera como si la autora hubiera querido que el lector mismo le pusiera las características físicas que más le interesaren y llenar esos espacios visuales con los rostros que cada uno de nosotros conoce.

Tal vez igualmente un lector podría echar de menos otro tipo de situaciones que bien podrían haber quedado en la trama, dado que la novela tiende a crear expectativas sobre acontecimientos que no llegan a pasar; nuevamente, cuestión de gustos: hay semanas enteras “en blanco” entre un acontecimiento y otro (como el trabajo que Viviana consigue en un noticiero y en el que la vemos ejerciendo sus dotes de comunicóloga luego de un salto temporal abrupto); me parece que un lector bien podría llenar esos huecos temporales con las aventuras que su imaginación le ordene experimentar. De hecho, el final en esta historia es menos importante que el todo cuanto existe en medio, pues es menos reflexivo lo que termina sucediendo que los procesos de transformación emocional de sus personajes, por lo que podrías leer la novela una y otra vez e imaginar de manera diferente lo que su autora expone. ¡Un gran acierto, sin duda!

En suma, Cuando muere un corazón es una historia de ágil lectura, narrada con un estilo sencillo pero sustancioso, que dice mucho en breves momentos de narración, que permite canalizar dos puntos de vista hacia sucesos que acontecen y que exponen, por ende, dos narradores protagonistas de la misma historia entrelazada. Tal vez esta novela no sean dos historias de dos personas, sino una sola historia narrada desde dos perspectivas, cuyo mensaje principal es, como se ha advertido, el poner por encima del amor a otros el amor a uno mismo; de hecho, esta idea se fundamenta en el grado de éxito que los protagonistas llegan a tener cuando se dan cuenta de ello y luego de haber pasado por momentos que los moldearon.

Ilustración: Laura Y.